de Madrid.
Es plantarse en Atocha o el Museo del Prado y parecer un Mundo aparte.
Gente de un millón de sitios, se oye castellano con acentos diferentes y
muchísimos idiomas distintos, la mayoría europeos o asiáticos... Personajes
rubios de tez clara, vestidos con pantalones cortos y chanclas, sentados en
terrazas dando igual si nieva o truena. España no significa buen tiempo
siempre, pero eso es algo que ellos desconocen y parece no importarles.
Dirigirse al kilómetro cero subiendo por el barrio de las letras, aprendiendo un
poco de literatura con los versos grabados en el suelo de Béquer, Zorrilla,
Cervantes... Entrar en la zona de bares y tapas y no poder salir de allí por los
olores, la pinta que tiene la comida y, sobre todo, por la gente que te acompaña.
Al final cedes y lo sabes, da igual que debas volver pronto a casa porque
al día siguiente tengas que madrugar. El ambiente te absorbe.
Callejuelas con un montón de bares, como donde se inventaron las
patatas bravas, con espejos que deforman cuando alguien se mira en ellos,
en otros sus fachadas o establecimientos con nombres relacionados con la
mitología. No importa en cual elijas entrar, en todos te quedarás igual de
satisfecho con sus tapas y raciones.
Al entrar en la noche toda las calles se iluminan y eso es una pasada, bajar
andando como si la luz nos guiara de vuelta a casa.
Creo que tiene que ver que sea mi ciudad natal con que me guste tanto
Madrid. Me gustaría mirarlo desde otra perspectiva, pero me parece que
la ciudad me seguiría enamorando, aunque te haya dejado atrás.
- Madrid, allá donde se cruzan los caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario